Una historia desde Desire

     Mariana está cansada. Me dice que esta noche no quiere bajar a la disco, que prefiere quedarse en el cuarto y ordenar la cena. Me resigno; cada vez que estamos en Desire, ella se transforma en un hada madrina de lo erótico. ¿Con qué cara decirle hoy, que es nuestra primera noche, que me muero de ganas de salir a jugar como los niños chiquitos, de hacer amiguitos, de follar hasta que se acabe el Red Bull? Ni modo, mañana me desquitaré desde temprano. Ahora no me queda sino un baño de agua caliente, lo más caliente posible para adormecerme y no escuchar la fiesta en el Melange. Salgo de la regadera un poco mareado y pensando en ese colchón donde se duerme mejor que en ninguna otra parte del mundo. No logro precisar cómo ocurre, pero sobre el sillón, Mariana está desnuda con las piernas abiertas. Suda. Me pide que vaya con ella, pero el efecto del agua caliente me tiene aún desorbitado. Camino cruzando desnudo frente al balcón abierto. Lo hago a propósito, esperando que el aire del exterior me devuelva a la realidad. Afuera, las parejas van de un lado al otro con disfraces atrevidos. Adentro, ella sobre el sillón se extiende como camino sin regreso. Los muslos separados sin pudor alguno. La mano en el sexo y en la mano un vibrador que yo no conocía.
   
 "Compré una sorpresa. ¿Quieres venir a jugar conmigo?" Le digo que prefiero no. Me siento a la orilla de la cama y gozo viéndola gozar. El color magenta del juguete se esconde entre los pliegues rosados de Mariana, y vuelve a salir, esta vez con más brillo. Estoy sintiendo como una erección me estira la piel, y resisto la tentación de frotarme el pene. Lo dejo solo, y concentro la mirada en las curvas erizadas de mi amante que, por el momento, parece no necesitarme. Eso es un sofisma, ambos sabemos que su deseo se alimenta con mis ojos, mis ojos que se clavan en sus movimientos de la misma forma que, en su coño se clava el consolador. La excita ignorar que del otro lado del cuarto, un hombre desnudo y enamorado se muerde los labios para no morderla a ella e interrumpir con eso un ritual tan egoísta como erótico.


Sin ningún tipo de aviso previo, se pone en pie. Pone cara de que no ha pasado nada y camina hacia la maleta. Una pantaleta diminuta, una falda larga y trasparente y un brassiere. Antes de hacer nada, se asegura de tener a su aliado con pilas activo y muy adentro. La pantaleta sirve para detenerlo mientras ella puede caminar y moverse con cierta soltura. De cualquier forma, mantiene las piernas apretadas. Acaba de ponerse las otras dos prendas y me dice "Vámonos". No sé si es mi imaginación, pero noto la vibración en su voz. Apenas acierto a ponerme algo encima. No me preocupo demasiado por disimular que entre las piernas llevo un monumento a la calentura y entonces salimos del cuarto.


Llegamos a L'Alternative cuando la fiesta ya tiene tiempo de haber empezado. La noche se nos va entre el vino y la música. Miramos a las otras parejas provocarse, romper límites, descubrirse. Hablamos sobre quién nos gusta, nos damos pistas de con quién pasaremos el resto de las vacaciones. Nos hacemos promesas y nos sugerimos invitaciones. Esa noche no visitamos el play-room. Tampoco nos hizo falta. Nadie supo, que en una mesa arrinconada, mientras intercambiábamos miradas y nos acariciábamos las manos, Mariana se entregaba a múltiples orgasmos seriales provocados por el polizón que viajaba bajo su falda. Tampoco supo nadie, que de camino al cuarto, en un pasillo, Mariana me regaló una bien venida con calor costeño y en su boca.




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