Los peores momentos de nuestra vida swinger

Cosas que salieron mal en el intercambio de parejasMe puse a pensar el otro día, porque nos lo preguntaron en el podcast de Piel Adentro y yo caí en cuenta de que aquí solo hablamos de lo bueno. Quiero decir, que aunque escribimos también lo que no nos gusta del ambiente libertino, tratamos de mantener un balance positivo porque aquí no quisiéramos nunca espantar a ningún swinger en proyecto. Tampoco se trata de hacer proselitismo en favor del intercambio de parejas, cierto, pero tengo la certeza de que si en Jardín de Adultos contáramos así, sin más ni más de algunos de nuestros bloopers, disuadiríamos a más de dos que, de otra forma, ya tendrán tiempo y calma para hacer su propio catálogo de los horrores.
      El punto es que ya entrados en confianza, y con la tranquilidad de  haber encaminado a suficientes almas buenas por la ruta de las buenas experiencias, me atrevo a hacer una pequeña confesión: No todo fue miel sobre hojuelas o (haciendo una metáfora más ad hoc) no siempre fue lubricante sobre látex en la gran aventura liberal de nuestra vida. Aquí, la primera parte de una especie de Top 10:



Malas actitudes


      En una de nuestras primeras visitas a un club swinger en la ciudad de México, yo tuve la certeza de que Mariana hacía todo por arruinarme la noche y ella estaba convencida de que yo la ponía todo el tiempo en segundo término. Seguramente fue un poco de  las dos cosas, y seguramente los ánimos y los astros no estaban bien alineados para que, esa ocasión en particular, la pasáramos bien. No ayudó nada que, en un arranque de novatería y emocionado por todo lo que ocurría a mi alrededor, eyaculé muy temprano. En aquél entonces, todavía nuestros juegos con otros eran muy superficiales así que Mariana no encontró consuelo en nadie.  Por supuesto, estaba frustrada y no reparó en demostrarlo. La experiencia estuvo tan mal resuelta, que nos costó mucho trabajo decidirnos a volver a intentar una aventura sw. A la distancia lo que me parece es que ambos estábamos muy nerviosos y al sentirnos inseguros nos faltó colmillo para manejar las emociones.

Malos lugares


     Era un club en Polanco que, yo creo, sólo abrió esa noche, y tal vez, un par más. No había nadie en el sitio más que otra pareja (nada de nuestro agrado) y nosotros. Cuando concluimos que no íbamos a encontrar compañeritos de juego, entramos al playroom. Lo más sensual que se nos ocurrió fue pactar con los otros para dejar la luz  del cuarto oscuro encendida para, al menos, poder ver y ser vistos mientras practicábamos el más tradicional de los fornicios. Salimos y pagamos. La cuenta no debió ser especialmente cara, porque cuando me trajeron el cambio le pedí a la mesera que me cambiara el billete por dos más chicos para poder dejar la propina. No me acuerdo cuáles habrán sido las cantidades, pero podemos suponer que yo quería dos billetes de 100 en lugar de uno de 200, o su equivalente en aquella época. Me dijo que no tenía. Le advertí que si no tenía billetes más chicos no podría dejarle nada a ella, y de todas formas insistió en que no tenía. Me fui sin dejarle nada, entonces me detuvo y me dijo: "Nada más lo molesto con lo de mi servicio". Le expliqué nuevamente que no podía darle nada porque no me había querido cambiar mi billete, entonces me puso cara y me dio la espalda. Ese fue el  primero de muchos bares swinger en los que tuve la sensación de ser tratado como un signo de pesos caminante.

Malos encuentros


     Una amiga unicornio nos invitó a jugar a su casa. Supongo que eso alegra a casi cualquiera con un mínimo de cultura del porno. Como la mía es vasta, me hice muchas ilusiones. El caso es que fuimos, conversamos, cenamos, bebimos y fuimos a la recámara. El juego fue anodino. Por más que Mariana se esforzó para que yo disfrutara esa mina de oro del reino swinger, nada me excitó. Ni siquiera me refiero a la respuesta física; simplemente no hubo nada... nada. Dos mujeres desnudas dispuestas a  toda clase de travesuras y yo que me estaba aburriendo más que en un partido de los Tecos. ¿Por qué? Quién lo sabe. Parece mentira que estamos tan convencidos de que algunas cosas son deseables que cuando nos ocurren, ni  siquiera sabemos por qué las deseamos tanto. No quiero decir que no me gusten los tríos. Me encantan, pero al parecer, no todos los tríos MHM me gustan. Al parecer, incluso en el más promiscuo de los tipos de vida, la realidad, no es como en las películas xxx.

Malos compañeros de playroom


     Había un club en Nueva York, no era la gran cosa, pero no estaba mal. La zona de juegos era un espacio enorme con un colchón que cubría todo el piso, almohadas y ya. Así que no había que esforzarse por buscar un lugarcito. Todo el cuarto era un sitio propicio. Ya habíamos estado ahí otras dos veces esa misma noche. En una encontramos con quien jugar, y en la otra no, pero de todas formas la estábamos pasando respetablemente bien. Digamos que estábamos en el el último round antes de irnos de vuelta al hotel a tomar un merecido descanso. Llegaron de pronto tres parejas más. Venían juntos y traían un escándalo más acorde con un partido de los Gigantes que con un cuarto oscuro. Las otras parejas que quedaban, una de las cuales coqueteaba con nosotros,  se fueron y nos dejaron con los ruidosos. Se volvió imposible concentrarse. Se echaban porras los unos a los otros. Pedían condones a los cuatro vientos. Gritaban chistes y leperadas a voz en cuello. Se reían como si estuvieran en una peli de Mr. Bean y fueron capaces de quitarle al momento todo resquicio de sensualidad. Finalmente, logramos manejar nuestra paciencia y evitamos que la turba bulliciosa nos arruinara la úlima posibilidad de extraerle más jugo a la noche. Pero, queridos lectores, los playrooms son para jugar guarden las conversaciones banales para las otras áreas de los clubes.


Malos nosotros.


      Era nuestra última noche en Cap d' Agde y yo moría de ganas de ir al Glamour en fin de semana. Habíamos ido ya una vez a la fiesta de espuma y otra en una noche normal. Pero todas las guías decían que no era lo mismo, que había que ir en la noche del sábado. Para ese día, Mariana y yo estábamos pasando tiempo extra en la villa naturista. Nuestro hotel ya había vencido y vivíamos como homeless, disfrutando del hospedaje que, generosamente, nos compartió un amigo fuera del quartier. Por eso, yo quería, después de la hora de la comida, ir al pueblo vecino para arreglarnos y poder regresar en la noche. Sabía que, los porteros del club, eran especialmente estrictos en sábado y que, o íbamos echando tiros, o no nos dejarían entrar. Mariana, prefirió que nos quedáramos a jugar con la Selección Sueca de Swinging, y nos tuvimos que bañar y acicalar en el departamento de unos de ellos. Claro, que no teníamos ropa y hubo que conformarse con lo puesto, incluyendo mis zapatos de playa que nada tenían que ver con lo glamuroso del Glamour. No nos dejaron pasar. El bouncer ni siquiera se tomó la molestia de explicar,  sólo me miró con desprecio directamente a los pies y yo tuve una involuntaria y dolorosa regresión a lo inadecuado de mi adolescencia.  Me sentí, además,  muy dañado en lo más profundo de mi ánimo investigador. No quise decir "Te lo dije", pero ella me preguntó y la tormenta se arremolinó en nuestras cabezas. Ninguno de los dos supo manejar la tempestad de emociones que se formó en cuestión de minutos. La trivialidad de los zapatos descolló en un par de mexicanos a los gritos, sombrerazos y comentarios a cuál más hiriente en medio de la calle. Pasaron horas antes de que volviéramos a nuestros cabales, y entonces sí, ya era muy tarde. ¿Que si era tan malo no pasar la última noche en el club al que yo quería ir? Seguramente no, sobre todo considerando lo mal que los dos pasamos nuestra última noche en un paraíso, donde evidentemente, había mucho más cosas que hacer además de esa.

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