Los peores momentos de nuestra vida swinger 2

Segunda parte de nuestra antología de malas experiencias liberales


Beso interracial entre mujeres
Luerzer´s Magazine via: Sicalipsis
Decíamos en un artículo anterior que, en esto del intercambio de parejas no todo siempre fue bien. Que aunque el saldo es tan positivo que ahora somos unos swingers ya graduados y con título oficial de la Cofradía del Orgasmo Perpetuo, siempre hay historias de tropiezos, que vale la pena recordar ya sea porque trajeron una experiencia significativa o porque, al menos, son anécdotas divertidas. Con eso en mente, damos paso a la segunda y última parte de nuestro top ten de malas experiencias dentro de este mundillo liberal.


Malas Copas


Hay muchas razones por la cuales no somos aficionados a los hombres solos, pero creo que la principal fue una impronta que nos quedó luego de unas vacaciones en un hotel sw que acepta caballeros que vuelan por su cuenta. Era una de esas semanas que producen novelas existencialistas. Estábamos ahí muy pocas parejas. De esas pocas, pocos éramos swingers, aunque el hotel se preciaba de atender ese nicho particular del mercado, y además había estado lloviendo sin parar, lo cual hacía especialmente aburrida nuestra estancia en la playa. Las circunstancias obligaban al heterogéneo grupo a pasar largas tardes sin nada mejor que hacer que platicar unos con otros hasta memorizar los gestos de todos. Fue en una de esas sesiones en la que conocimos a un hombre en sus cincuentas que nos cayó bien. Insisto en que no somos proclives a los tríos HMH, pero entre el aburrimiento y las limitadas opciones, la verdad, es que tal vez nos hubiéramos dejado convencer. Por la noche, bajamos al área de fiestas. Llevábamos el ánimo dispuesto y un acuerdo tácito para sacar el mejor provecho de una noche que, lo mismo que las vacaciones, ya no prometía novedades. Así que el caballero se sentó junto a nosotros e inició sus maniobras de seducción en afectado estado etílico. Arrastraba las erres. Fijaba torpemente la mirada en el escote de Mariana y hacía gala de todos los clichés copiados al tío borracho de las quinceañeras. El alcohol, nada dejaba ver del tipo original que, por la tarde, se nos había presentado como una posibilidad. Neceó. Trató de imponerse y luego siguió neceando para pedirle a Mariana que le bailara. No sólo no aceptó un "no" por respuesta. Tampoco aceptó el segundo, ni el tercero ni el cuarto. Incluso, fue incapaz de ver la evidente transformación que ocurría, en el rostro y tono de mi mujer, con cada nueva negativa. Fue más por la seguridad del hombre, que por proteger a la damisela, que nada tiene de desvalida, que intervine con un jalón en el brazo y un firme "Ya párale" haciendo uso de todo el lenguaje corporal que aprendí cuando entrenaba perros. Hasta entonces, comprendió que en esto de buscar compañeros de juego, el valor que da el trago es bastante contraproducente. Se fue pidiendo una disculpa y no volvimos a cruzar palabra con él en lo que restó de las vacaciones.

Malas velocidades


El playroom estaba padre porque era una serie de pequeños cuartos que se sucedían los unos a los otros en una especie de laberinto. Era como un hotel a escala donde, en lugar de puertas había cadenas que podían cerrar los vanos para indicar que los paseantes no eran bienvenidos, o por el contrario, dejarse abiertas a manera de invitación. Nosotros, mañosamente, nos colocamos en una de los primeros cubículos para constituirnos como espectáculo obligatorio. Me quedé de pie, casi en la entrada de nuestra cabina, para dejarme hacer sexo oral por Mariana quien se arrodilló frente a mí.

Erótica vintage      Pasó una pareja de no mal ver, y se quedó un rato observándonos. Él, señaló mi erección a su acompañante y le preguntó que si se le antojaba. Ella dijo que sí, y él le preguntó a Mariana que si quería compartir su golosina con la señorita. Mariana asintió con la cabeza. Diría que me sentí indignado por ser tratado como un objeto por el cual se negocia y se regatea, pero no fue así. Me sentí halagado y me dejé consentir. Como era de esperarse, él se incorporó pronto a la fórmula, y no pasaron ni tres minutos cuando ya estábamos los cuatro involucrados en un intercambio de parejas casi de manual. Ella y yo estábamos aún en la etapa de los besos, cuando hice mi acostumbrada mirada de reconocimiento para saber si todo estaba bien con mi mujer. La descubrí tendida sobre su espalda, con las piernas abiertas frente al hombre que ya se enfundaba un preservativo. Díjeme, "qué pronto", pero por otra parte, Mariana no es tan aficionada a los preliminares como yo. Seguí,  pues, con lo que estaba haciendo, seguramente unas mordiditas en el lóbulo de la oreja de mi compañera, o algo así de ñoño. Escuché el gemido característico de la primera vez que Mariana es penetrada. Sonreí, porque es un sonido que me gusta, e inmediatamente después, como dijo Ricky Martin, un, dos, tres... y justo antes de llegar a la parte del "alé, alé, alé", el tipo ya había terminado. Le dio un beso a mi mujer en la mejilla, otro a la suya en la boca y se despidió. Nos dejó a su acompañante a quien entretuvimos lo mejor que pudimos antes de que ella, también satisfecha, se fuera y yo pudiera quitarle a Mariana un poco de la frustración que la aquejaba.

Malas sustancias


No es para nadie un secreto, que follar con el ocasional churro es una delicia. Por eso nos gustaba mucho visitar a un par de amigos que, aunque vivían lejos, nos recibían siempre con sus mejores dotes de anfitriones y nos brindaban un poco de su reserva especial antes de que comenzáramos a jugar.  El ritual ya era un poco repetitivo, pero tenía el principal valor de la certeza. Atravesar la ciudad, drogarse, tener sexo, relajarse, comer sushi, esperar el final del efecto, regresar a casa y, todo esto, compartido con una pareja igual de swingers que nosotros, es una de esas actividades que vale la pena hacer de vez en vez. Ese día, rompimos la armonía del universo llegando más tarde de lo habitual, lo que significó que, nuestros convidantes estaban ya bien servidos cuando nosotros aparecimos. Pensamos que no sería grave, que si nos apurábamos volaríamos a su altura en poco tiempo. Así que nos ponchamos un toque y esperamos el efecto.

     Sin embargo, cuando estábamos al mismo nivel, ocurrió lo que reza el adagio. Cuando nosotros íbamos, ellos ya venían. Así que para cuando empezamos a jugar, había mucho más de torpeza que de buena vibra, mucho más de incompatibilidad que de hipersensibilidad. Terminamos y ellos ya estaban completamente sobrios, mientras que nosotros estábamos justo en el vértice mayor de la pacheca, por lo que la conversación postsexual se volvió imposible. Nos sentimos visitas incómodas, no hilábamos tema y era evidente que nuestros amigos comenzaban a fastidiarse con nuestra falta de congruencia. Ni modo, el simulacro de small talk tuvo que durar lo suficiente como para que yo recuperara los sentidos para manejar de vuelta a casa. Así que pasó mucho tiempo de una incomodidad imposible de ocultar. El balance del encuentro fue tan triste, tan anodino, que no volvimos a llamar. Ni ellos a nosotros. Simplemente, cada pareja por su lado, asumimos la anécdota como una deprimente historia de un pasado al que no queríamos volver.

Malos maridos


En la entrada de un playroom semi privado, al que apenas estábamos conociendo, se nos acercó un hombre suficientemente guapo y suficientemente el estilo de Mariana, que nos preguntó, sin preámbulos ni coqueteos, como hacen los niños en el patio de la escuela, que si queríamos jugar con él y con su esposa. Era un club de los que no aceptan solos, por lo que no había razón para sospechar de la buena voluntad del tipo. En general, además, somos más melindrosos con los hombres, así que tampoco podíamos suponer que, si él se veía así de bien, ella no cumpliera con nuestros estándares. Dijimos que sí, alegres de haber ligado tan temprano, y empezamos a hacer cosas placenteras de las que aún son ilegales en ciertas geografías. La esposa seguía sin llegar, pero tampoco íbamos a esperarla para comenzar. Había mucho de violento en el encuentro. Era excitante, pero había que reconocer que las cosas ocurrían con más velocidad y más fuerza de las que normalmente nos gustan. Pronto, comenzó él a tener sexo con Mariana quien al mismo tiempo me chupaba con ritmos irregulares producidos por los fuertes embates que recibía. La esposa, seguía sin llegar. Cambiamos de roles y seguimos jugando, ahora en posiciones diferentes. Mi mujer se afanaba por excitarlo, lo tocaba, lo besaba, lo lamía con ímpetu congruente con la energía del momento. La esposa seguía sin llegar y el hombre terminó sobre mi mujer. Él empezó a masturbarla y se dejaba y gritaba hasta que logró el primer orgasmo de esa noche. Justo en ese momento, se nos acercó la gerente del club y le dijo al hombre que su esposa estaba afuera, que lo estaba esperando desde hace rato y que estaba muy molesta. 
     
     Así que, independientemente de que el trío haya estado bien y lo hayamos disfrutado mucho, tener la sensación de haber sido timados, es muy desagradable. El ambiente swinger es muy libre, pero no deja de haber una buena cantidad de personas que se comportan en él con la misma marrullería con la que lo hacen fuera. No nos cae bien un tipo que deja a su esposa esperando, dentro del medio o fuera de éste. No hubiéramos jugado nunca con él, de haber sabido que estaba solo, pero más allá de eso, quedamos en medio de una pareja que se engaña entre ellos y de un individuo que nos mintió a nosotros. Esa es la clase de anécdotas que nos dejan con mal sabor de boca y que nos suben la guardia en el futuro.


Malos olores





Sexo oral
Vía: Cute Dicks
Esta historia, tuvo que ser Mariana quien me la recordara porque, en esa ocasión yo la pasé muy bien. Ella, lamentablemente, no tanto, así que creo poco probable que repitamos a esta pareja. Uno de esos ejemplos claros de cuando el dios swinger de la repertición de placeres es generoso con unos y ruin con las otras. Era una pareja muy hermosa, y ella era una divinidad de esas que a la manera de los M&M, se deshacen en la boca. Yo, extasiado. Pero Mariana bajó a explorar lo que su hombre tenía bajo los pantalones y se encontró con un terrible olor a sudor añejo. No sé si por disciplina, si por consideración, o si buscaba sacar el mejor partido de la noche, pero no dijo nada. Se afanó con este hombre que, no sólo olía muy mal, además, tenía la grosera costumbre de empujarle la cabeza a quien le hace sexo oral. Pobre Mariana, porque mientras me veía pasar el rato de mi vida, y para tratar de poner la mente en otra cosa, no pudo sino recordar aquél otro incidente penoso en el que yo probaba contorsiones imposibles con la mulata y ella estaba varada con Mr. No Hands.
     ¡Qué bueno que tantos hombres en el medio liberal la han hecho tantas veces tan feliz, porque si no, no sabría como pagarle la cuenta de este par experiencias!

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