¿Cómo es una boda swinger?

Foto: Conde Padrino Mario Modesto Luciano
Nosotros no lo sabíamos. Aparentemente, tampoco lo sabía ninguno de los invitados y, a diferencia de lo que ocurre en las ceremonias tradicionales, en nuestra boda, no había ningún protocolo que respetar. Todo fue terreno fértil para que la imaginación de los Señores Pistache se diera alas, y nuestros otros amigos queridos hicieran, deshicieran y aportaran a su antojo. Cualquiera que haya dicho antes que el matrimonio es una tortura, claramente no tuvo una boda como la nuestra. Para nosotros, en cambio, no quedan sino agradecimientos y la certeza de que contraer nupcias de la manera en la que lo hicimos fue la mejor decisión y, sin duda, la más divertida.


     
     La Señora Pistache movió cielo mar y tierra para conseguirle a la novia un vestido hecho a mano y al momento en bodypainting, y ya que andábamos en esas, el Señor Líbido patrocinó un traje de igual factura para el novio, que quedó más que puesto y con dos moños: uno en el cuello y otro decorando el regalo que la futura esposa reclamaría al finalizar los festejos... o antes... o durante los festejos. Nos organizaron, después de que la pintura se hubo secado, cena de gala junto a la alberca. Muchas y deliciosas viandas se sirvieron a la concurrencia que, vestida de rojo, se reunió en corro de la larga mesa para iniciar la más o menos formal ceremonia. Antes de ingerir nuestros sagrados y bien sazonados alimentos, el Señor Pistache, ministro y jerarca mayúsculo, ofició un breve servicio y dirigió a los contrayentes un sentido discurso.

     No hubo, en esta boda, Sonora Santanera, Orquesta Mondragón o Banda Municipal que amenizara la tertulia. Más bien, cortesía de los cófrades Luz y Sonido, el jacuzzi se convirtió en un centro nocturno con bocinotas, proyecciones y luces de colores, detalle que, además, nos trajo recuerdos de la primera noche que pasamos en El Pistache. Los Padrinos, que son los Condes, porque así de aristocráticos somos,  se encargaron de organizar los entretenimientos que, por obvias razones, superaban a la ya muy bailada Macarena y al Payaso de rodeo. Comenzaron éstos discretamente, reinterpretando la costumbre de lanzar la liga, pero en esta ocasión, el afortunado ganador sería, de verdad afortunado y obtendría favores orales de la novia, quien a cabalidad cumplió con lo estipulado en el reglamento. La parte divertida fue que la liga cayó dentro del agua, y de la decena de machos alfa que esperaban alguna participación del himeneo, sólo uno, que es tenista  saltó con todo y zapatos, reloj y cartera al agua para luego ser vitoreado por los otros que aguardaban en la orilla.

     Después de eso, los juegos subieron poco más de tono, y los invitados todos se sumaban felices y generosos a una fiesta en la que nada había de protocolario y mucho de buena voluntad. Hubo manos, besos y caricias, hubo filas de comensales que se turnaban para jugar con nosotros a realizar indiscreciones, y cuando ya no había mucho más para dónde hacerse, casi todos nos metimos al jacuzzi a cambiar de brazos, a cambiar de bocas y, en fin, a hacernos travesuras en medio de una noche instintiva e imprudente. Llegó la hora en que los novios nos retiramos a nuestra habitación para disfrutar de nuestra noche de bodas, pero cuidamos de llevar con nosotros a Luz y Sonido quienes cuidaron de llevar con ellos una botella de champaña. Cuando ellos se fueron, tuve que juntar toda mi fuerza para apagar la luz y ponerle algo de ropa a mi esposa, a quien ya no hubo forma de despertar.

     Al día siguiente, regresamos al DF para tomar un avión, ya que nuestros Padrinoscondes, nos iban a llevar con ellos a Zipolite para nuestra luna de miel. Todo es cosa de seguir las tradiciones.



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