Near, far, wherever you are...

Bitácora erótica compartida

Foto: Klaus Kamper

Y se suponía que sólo sería una comida swivil. "Swivil" es el término que apenas acuñé para referirme a un tipo de salida social al que nos estamos aficionando mucho: quedar con amigos del reino de lo swinger para hacer las mismas cosas que hacen los civiles, es decir para  no coger. Comer, platicar, cenar, tomar la copa, lo que sea pero no jugar. De hecho, hasta teníamos planes verdaderamente civiles para cuando los Medici se despidieran de nosotros. Nos interesaba verlos, aunque fuera un rato, porque las siguientes semanas, a todos se nos vienen muy saturadas, y temíamos que pasara mucho tiempo sin podernos poner al día.
   
     El restaurante en el que nos citamos, inmejorable. Un sitio medio sofis en los linderos de la Condechi y la Roma. Habrá sido por eso, o por el escote de la Signora Medici, o por las bromas del Signore, que después del café, nos quedamos con un cachito más ganas de seguir con ellos y pedimos una segunda botella de vino que se acabó, tal vez, demasiado pronto. Y así una tercera, y cancelamos el otro compromiso y seguíamos los cuatro sin ganas de dejar de estar juntos. Y pedimos una cuarta y nadie podrá acusarnos ese día de moderación. 


     Nos cerraron, pues, el lugar. Afortunadamente. Porque con lo coqueto del restaurante, también viene el sobreprecio en las bebidas alcohólicas, y para el ritmo que llevábamos, estarse emborrachando ahí había perdido hacía ya algunas copas, la relación costo-beneficio. Nos estábamos quedando sin opciones. La noche nos ponía entre irnos mareados y con ganas a nuestras respectivas casas, o encerrarnos los cuatro en un motel y romper la promesa que a nadie le hicimos de no swinguear esa noche. La unanimidad llegó con la facilidad de saberse las vocales.

      Pero ni modo de salir de ahí en auto; queríamos pasar la noche en un cuarto, no en las crujías del Torito. Tranquilos con la certeza de que en domingo no hay parquímetros, dejamos las naves a buen resguardo y nos hicimos a la mar en un Uber que prometió hacer escala en la primera farmacia que se nos atravesara.

      Llegamos al V y pedimos dos habitaciones. Mientras yo arreglaba el tema de los pagos y me enteraba que la segunda habitación tardaría entre 15 minutos y media hora más, pero que no importaba porque el amable señor de la recepción en persona, nos haría favor de subir la segunda llave en cuanto el cuarto estuviera disponible, a mi Mariana, alguien, o il Signore Medici o la Signora le metía mano con cualquier pretexto. Entramos en la primera de las habitaciones.

      Mariana sentada con las piernas hacia el interior de un  jacuzzi hirviendo, vio pasar cerca de sus narices la erección del Signore Medici. No la pudo evitar, ni siquiera lo intento. La cazó al vuelo con la boca y, desde el otro lado de la diminuta tina, una ola de excitación me cubrió por completo. Estiré las manos por la cintura de la Signora para alcanzar unos senos hermosos que habían crecido como la marea. Después, cuatro cuerpos hicieron por caber en un espacio diseñado para dos, mientras que entre manos, rodillas, traseros y besos desmedidos, no había forma de dejar el tapón en su lugar por lo que nuestro pequeño bote salvavidas se vació de agua en menos tiempo de lo que tardó en llenarse.

       Fuimos a dar a la cama. La habitación dos ya estaba lista y alguien tuvo que ir a la puerta en pelotas para recoger la llave. Regresó y entonces, la Signora e il Signore, la Mariana con el Diego. Luego la Mariana con il Signore y la Signora y luego la Signora con el Diego, y entre tanto, combinaciones posibles sin mucho método científico. Uno a dos, dos a uno y dos a dos hasta que ella se despegó de mi beso y dijo que tenía ganas de algo con Mariana que no sabía cómo se hacía. Retórica pura, porque las dos lo hicieron con oficio. Mariana, como una balsa perdida se tendió mirando al techo. Su mirada se interrumpió con el rostro de la Signora que, como un augurio de tormenta, anunció el resto de su cuerpo de bruma cayendo sobre mi expectante esposa. Entre remolinos y caricias, cardúmenes de orgasmos asomaban la cabeza. Después, más peces, más manos salvavidas, más muertes chiquitas recorriendo la espina dorsal. Después más naufragios y más abrazos. Más tiburones oliendo los rincones en busca de carne. Después más combinaciones posibles aún sin método científico.

      Así, la colisión cobró sus primeras víctimas. Algo le dije a Mariana y ya no me escuchó. El helado canto del sueño la había vencido por completo y con un orgasmo entre los labios. Como vimos que no resucitaría sino hasta el día siguiente, los Medici se fueron flotando a su cuarto en medio de una noche tan caliente que, cuando salieron, la habitación se cubrió de hielo.


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