Mariana sin mí

Historias de sexo swinger, Mariana y Diego

-Cuentos de la vida swinger-

Estaba enlatado en vuelo que prometía varias horas más de claustrofobia. Si hubiera WiFi, quizá el encierro sería más tolerable, pero el único contacto que tenía con la tierra fue un mensaje de audio que alcancé a escuchar antes de abordar. Mariana estaba sola en casa con una joven y deliciosa pareja a la que nos hemos aficionado mucho. El mensaje me lo mandó Bambam desde el teléfono de mi esposa. "Estamos aquí sin ti. Nos vamos a echar una cubita sin ti. Nos vamos a echar un parchecito sin ti y nos vamos a llevar a tu mujer de antro sin ti. Así que tranquilito, todo bien, todo rico y todo sin ti". Al audio le seguía una fotografía sonriente de los tres: Mariana, Bambán y La Nuez en la sala de mi casa.

     La imaginación es un arma de doble filo que, lo mismo nos lleva a ensoñaciones idílicas, que a tormentos angustiosos. El erotismo es un animal anfibio que se desarrolla bien en ese ambiente. Los aviones comerciales son, simplemente, torturas contemporáneas. Con un pueril vaso con jugo de manzana en la mano comencé a divagar entre escenarios posibles. Mientras yo luchaba por mantener las piernas estiradas, Mariana se retorcía en orgías indiscriminadas recibiendo y dando estruendoso placer. Me sentía solo, echado a un lado, pero caliente. Dicen que nos gusta ver deportes porque cuando vemos a otros realizar alguna actividad, nuestro cerebro nos engaña y nos hace creer que somos nosotros quienes actuamos. Si Messi mete un gol, nos apropiamos del 3-0.  Seguramente, por eso también nos gusta ver pornografía. Pero la ceguera es una condición mucho más extrema. Los celos de los terrenales germinan en las cuevas de la incertidumbre, y a mí, la incertidumbre me estaba matando.

      Pero yo no soy así. Yo no soy el hombre celoso que liga la lubricidad con la traición. Para mí, hay mucho de excitante en el siniestro juego de la mujer que juega a castigar mi ausencia. Y sin embargo... El aeroplano que atravesaba con indiferencia el Océano Pacífico me llevaba por una ruta de contradicciones mentales. Resulta casi imposible disimular la conmoción de un hombre ardiente frente a los demás pasajeros. Recuerdo haber estado sudando. Recuerdo un cierto mareo que no venía del coraje sino de una emoción parecida. ¿Cómo se llama cuando mezclas la indefensión con la lascivia? Si la historia hubiera ocurrido una noche antes. Si me hubiera podido conectar a una conferencia por Skype y hubiera visto a mi esposa fornicar con un hombre y una mujer del otro lado del mundo. Si, al menos, me hubiera estado concedido tocarme frente a la imagen, todo sería mucho más manejable.
El erotismo es un animal anfibio


       Mi tranquilidad caía en picada y los sobrecargos quizá notaron que algo no andaba bien con el pasajero del F25. Pero no había nada que hacer, más que deleitarme en mis delirios y respirar hondo... y esperar. Mariana y yo no jugamos nunca separados. Esa es una regla con la que empezamos cuando, hace quince años, comenzamos a buscarle alternativas a la monogamia, y de las pocas reglas que hemos conservado. Habíamos conservado. Hace poco hablamos al respecto y le confesé que me excitaba la idea de que follara y me mandara fotos. Planeamos varios escenarios posibles, pero durante las dos semanas que estuve de viaje, nada de eso ocurrió. La noche anterior, había ido sola a una fiesta swinger, y chateamos un rato sobre sus conductas. Todo divertido, sí. Pero al final, inocuo. Me contó como manoseo a alguien. Me contó también cómo se descubrió los senos. Me contó como tocó y besó y coqueteó. Pero al final nadie se la había llevado y ella no se había llevado a nadie a casa. Al final, nada de fotos para mi checklist de fantasías.

       Cuando aterrizamos, alguno pensó que yo padecía un tipo de aerofobia. El caso es que salí del avión lo más pronto posible, corrí a través de aduanas, migraciones y controles de seguridad para volver a encontrar un poco de sosiego en la siguiente sala de esperas. Aún faltaban horas antes del siguiente vuelo. En cuanto pude, prendí mi teléfono que podría haber estado tan nervioso como yo. Tembló frenéticamente en receptivas vibraciones. Face, Twitter, correos, dieciséis horas de incomunicación cobraban derecho de presencia inmediata. Decenas de asuntos que tratar, pero ninguno tan urgente como abrir WhatsApp y buscar el avatar de Mariana. Aparecieron varios de esos cuadros borrosos que anuncian que un archivo multimedia está pendiente, y en esa bruma logré distinguir la picardía de mi mujer, su boca y el bulto atento de Bambam.

     Fui al baño, y me encerré en un gabinete. Ahí pude, uno por uno, abrir los archivos de fotos y video que La Nuez tomó y que Mariana enviaba con maliciosa dedicatoria. Para esa hora, seguro que ella y nuestros amigos ya estarían en el club. Todo había pasado; en la última foto estaban los tres desnundos y en mi cama con la sonrisa de alguien que acaba de ganar algo muy bueno. Los mire otra vez, cada video y cada foto; fue como aterrizar en un aeropuerto de lujuria. Ella, que se había portado tan cautelosa en mi ausencia, había guardado para el último día la diablura de comerse un postre escultural. Cama, carne, músculo y saliva. Una tarde de sábado, los vecinos escucharon el célebre concierto de mi mujer y se preguntaron si yo ya había regresado o quiénes podrían ser esa pareja de muchachos sexis a quienes la señora de enfrente había metido a su casa a escondidas.

     Durante el siguiente vuelo, tuve que hacer tres viajes al baño para volver a ver las fotos. Un mes después, Mariana no lo sabe, pero no hay día en que no tenga que hacer otro viaje parecido al baño de la casa, especialmente entre las tres y las cuatro de la mañana.

Etiquetas: ,