Crucero Swinger - 1.- Vestirse para desvestirse

SDC Vestirse para desvertirse lujuria en altamar

Aventura y lujuria en alta mar-

Desde hace muchos años que nos iniciamos en esto de combinar hedonismos, tenemos la mira en hacer un crucero swinger. Era uno de esos deseos que se perciben suficientemente lejanos como para siempre optar por otros planes, pero suficientemente asequibles como para no quitar el dedo del renglón.  Algún día tendría que suceder. Pues bien, ese día llega ya. Gracias a una afortunada invitación de SDC, Mariana y Diego, los diligentes protagonistas/autores de este Jardín, levaremos anclas desde un muelle en San Juan de Puerto Rico y nos adentraremos en 7 días de fiesta sin parar con otras 300 parejas.

     La imaginación no nos da para pensar lo que se viene, pero nos tiene como gallinas cluecas haciendo planes, preparativos y fantaseando con el futuro cercano. Desde que reservamos, un raudal de actividades se ha dejado venir. Hubo que conseguir vuelos y un hotel en Miami. Fue necesario inventar excusas en el trabajo, prevenir contingencias sobre lo que pudiera ocurrir en la CDMX durante nuestra escapada y, sobre todo y lo más importante: ¡Conseguir ropa!

     Preparar vestuario para una misión como esta, puede parecer un auténtico problema del primer mundo, seguramente lo es, pero no por eso es menos demandante. Para empezar, hay una fiesta temática por cada día de la semana. Si algo hemos aprendido en nuestros múltiples takeovers y viajes del ambiente es que, en estos casos, la gente no toma la producción a la ligera. No queremos, bajo ninguna circunstancia ser los mocos en la sopa, así que nos aplicamos duro a conseguir vestuarios. 

     Día uno: Fiesta Glow. Quiero agradecer encarecidamente a Mercado Libre por habernos conducido a un número ingente de accesorios con lucesitas que, seguramente se nos verán elegantemente kitsch y a las chicas de Zancyna quienes tuvieron a bien, patrocinar para Mariana (entre muchas otras cosas) un vestido rosa neón que le viene increíble.

      Día dos: Piratas. Aunque mi tema favorito, resulta que no teníamos nada listo. Esta vez, el tianguis de Facebook se portó a las mil maravillas y puso en mis manos un disfraz bastante digno y nada caro. Mariana hizo magia con reciclaje: corsé de lamé por un lado, mini negra, luego a conseguir cinturonsote en un outlet y sacar sombreraso y peluca roja del cajón de los recuerdos. El punto es que nos vemos sexys y, a mí me ilusiona mucho estar vestido de pirata mientras cruzo el mar caribe (en condiciones muy distintas, cierto, a las de Lorenzillo, pero qué le vamos a hacer).

       Día tres: Animal Print.  Otra vez, debemos todo a las compras en internet. Mariana consiguió un conjunto diminuto de lencería felina y lo complementó con unos arneses de resorte sorprendentemente sexis y baratos. Gracias a no sé qué portento del cutre contemporáneo, conseguí una camisa blanca con el bolsillo y los puños aleopardados, además de una corbata con el mismo estampado. Rescaté del baúl de los sombreros un gorro de explorador del África y quedaron un par de conjuntos de lo más chulos.

        Día cuatro: Gala. El tema presenta un reto creativo interesante. Es difícil verse piruja y elegante al mismo tiempo. Afortunadamente, luego de un domingo de estar cazando trapos por la ciudad, llegamos a un local en la Zona Rosa, al que antes éramos muy aficionados. Para nuestra sorpresa, la tienda había mejorado enormemente desde la última vez que la visitamos. Mariana se probó una enorme cantidad de vestidos y nos tuvimos que llevar a los dos finalistas porque nos encantaron. El que probablemente vaya a la fiesta es uno largo y transparente de corte sirena. La otra opción, que también viene de viaje, es uno exageradamente corto y lleno de lentejuelas. Yo, de plano, me llevaré mi smoking porque casi nunca puedo usarlo. Además, encontré en Zara una camisa negra de cuello de paloma que me hace lucir un poco viril y también un poco estrella del hip-hop.

      Día cinco: Noche de blanco. Estuve en crisis. Hasta un par de horas antes de dar por oficialmente cerrada la maleta, no tenía pantalones blancos. Mariana tuvo que llevarme al probador de Zara cuantas opciones pudo encontrar. Nada para mí, los pantalones blancos en épocas decembrinas están diseñados para Emos entubados. Mi corpulencia cuarentona nada tiene que ver con los estándares de ese tipo de tiendas. De milagro apareció uno, y para mayor fortuna, mi mujer me encontró una camisa blanca con mucha personalidad. Ella, por otro lado, se consiguió un corsé blanco en el Centro y unos días más tarde y después de probarse todo lo que está en las putiendas de la glorieta de Insurgentes, rescató un tutú. Así que será una especie de bailarina-acróbata o rabo de nube.
          Día seis: Sirenas y marineros. Este era el proyecto consentido de Mariana que quería más que nada en el mundo, ser una sirena. Primero consiguió una peluca e inmediatamente después inició la exhaustiva cacería de un bikini con look de sirena. El trajecito de baño no la convenció, y luego de varias horas de attrezado, la parte de arriba se cubrió de perlas y de brillos. Ahora se ve fantástica. La parte de abajo se llevo dos viajes a la costurera para que, entre interpretación y señas, lograra convertirla en una cola dorada que, de todas formas no convenciera a la quisquillosa clienta. Así que nuevamente, Mariana dedicó horas a darle forma y estilo. Yo, marinero estándar pero con los brazos tatuados gracias a unas mangas de a pocos pesos.

         Día  siete: Bikinis y Bermudas. Ya sé, se supone que esos no son difíciles de conseguir, pero ahí el principar reto. ¿Cómo hacer que lo ordinario luzca especial. Pues mi esposa dio al clavo con un bikini diminuto y cubierto de lentejuela. Luego, recicló una peluca negra que le sienta muy bien y añadió al conjunto un caprichoso par de lentes enormes que tenían las pestañas agregadas al marco. Supongo que, así, platicado, se escucha más ridículo que sensual, pero ¿comenté que el trajecito de baño es diminuto? Tendrán que creerme. El resultado es muy bello.

Si, además le sumamos ropa para bajar a puertos, para salir a cenar o para propósitos múltiples, se pueden imaginar lo irónico de llevar maletas repletas para un viaje en el que estaremos desnudos casi todo el tiempo. En fin, a ver qué nos depara la mar.

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