Crucero swinger - 4. Juegos sensuales

Crucero swinger SDC Vol. 4 juegod sensuales
Sexo grupal en medio del océano-

Nos hicimos un espacio en la cama central para empezar a jugar. Es un lecho enorme y lleno de enredijos humanos. Abunda la piel y el rumor de jadeos vaporosos. Mariana cierra los ojos; para ella la promiscuidad anónima es una marea de estímulos sin forma. A mí, en cambio, lo que me gusta es el coqueteo anónimo, la tensa adivinanza entre el querer y el poder.  No tarda en llegar a nosotros el primer signo de asimilación. Dos parejas junto a nosotros intercambian deliciosas obscenidades y, cómo si se tratara de una licenciosa planta carnívora, nos devoran entre sus caricias. 

   La corriente nos separa por unos cuantos centímetros. Por sus sonidos puedo adivinar la localización de mi mujer y entender que no sabe quién empieza a alojarse en ella. Un placer inefable se esconde en interpretar a la distancia los signos de la amada. Mis manos viajan a la deriva sobre un cuerpo nuevo y absoluto. ¡Hay tanta candidez en esta forma de sexo! Me gusta el recuerdo infantil de un mundo en el que las voluntades se entrelazan con un gesto cualquiera. Antes era ¿quieres ser mi amigo? y ahora basta tocar una espalda, un muslo, un abdomen cualquiera para iniciar un camino de bajada hacia la historia personal de otros.

     Miente quien dice que todo se olvida después de una orgía. Hay memorias, imágenes, impresiones táctiles, aromas... álbumes enteros de inconsciencias físicas que nos acompañan durante el resto de la vida. Algunas, mucho más memorables que otras. Por ejemplo: se queda conmigo la ternura que me produjo esta mujer que, tendida sobre su espalda y completamente cubierta por mi boca, le dice a su esposo refiriéndose a mí. "Él habla español, ya sabe que si quiere me coge, pero la otra chica de allá está solita. Ve con ella." En efecto, la chica estaba sola porque su marido llevaba ya varios minutos extrayendo gritos de Mariana. Lo que no estaba tan claro es que yo supiera que, si quería, podía cogérmela. Bueno, al menos ahora estaba claro.

       Tomé la frase como un pie, ¿una solicitud? ¿sugerencia? Extendí la mano para alcanzar la bolsa de los condones y no la encontré donde suponía que estaba. Así que, en lo que ella se entretenía con alguien más, busqué al pie de la cama entre mi ropa y tampoco estaba. Regresé fingiendo demencia que ella no compró. Me pidió, ahora sí y de frente que me pusiera un preservativo. Tuve que confesar avergonzado. "No traigo, los perdí". Ella fue quien me informó que había un suministro inagotable de tales artículos. Así que corrí a la barra por uno.
Aventuré mi dedo entre sus piernas. Primero el índice que, habiendo encontrado tanta humedad, salió a decirle a sus compañeros sobre el hallazgo


     No sé a cuantos hombres de cuarenta años les angustie lo mismo que a mí, pero usar condones que no son los de mi marca me produce una ansiedad de la que mi yo de hace diez años, sin duda, se burlaría mucho. Ahora, que era eso o nada, porque regresar al camarote a buscar el paquete de juegos, obviamente, no era una opción. Volví a su lado con el equipo necesario y un excedente. Como supuse que la disposición de la mujer podía haberse enfriado en mi ausencia, recapitulé varias líneas atrás. Caricias, besos en los senos,  y una larga y paciente dosis de sexo oral. Aventuré mi dedo entre sus piernas. Primero el índice que, habiendo encontrado tanta humedad, salió a decirle a sus compañeros sobre el hallazgo. Entraron pues el medio y el anular transformando mi mano en la señal de un rockero. Ella los hizo sentir bienvenidos.

     En algunas mujeres, los músculos del sexo son capaces de dictar los movimientos de quien les produce placer. Entre el vaivén del barco, la cadencia de los otros cuerpos sobre la cama, el oscilar de mi brazo y el enfático compás de su fuerza interior, cada una de mis acciones parece un designio, una reacción lógica al operar del mundo. Masturbar a alguien tiene mucho de hipnótico, es un enigma que se resuelve poniendo en mutis el cerebro. El premio anhelado llega pronto en forma de una cascada enorme y cálida. ¡Y pensar que hay tantos que siguen creyendo que esta fuente es un mito! Una tras otra, manantial tras manantial se van hilando entre gritos de placer y contracciones. Piernas rígidas, piel tenue, sexo terso como esponja empapada.

       Con mi guirnalda de orgasmos femeninos entre las manos, resuelvo que mi labor aquí ha terminado. Vuelvo con Mariana que me devora con los brazos. Me pide lubricante y le digo que habrá que ir a la habitación;  nuestro paquete de equipo bacanal está extraviado. "No lo está, yo lo tengo". Y ahí estaban los condones.

     


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