Enamoramiento. No
se dice. Entre los swingers el término está proscrito. Quizá se deba a
su cercanía con la palabra amor, un sentimiento perfectamente vedado y
además fuera de lugar. Pero mucho de mi vida en el ambiente me recuerda
patrones de la adolescencia que son tan gratos como añorables. Una
pareja encuentra a otra por internet. Se gustan. Se buscan y se
encuentran afines. Entonces viene este pedazo de adrenalina que algunas
veces ni nos atrevemos a decirnos a nosotros mismos. ¿También nosotros
les gustaremos? ¿Serán tan atractivos en la vida real como en la foto?
Concedido,
las relaciones humanas en la edad que ronda a los quince se basan en lo
que no dice y, en cambio, cuando dos parejas de adultos se topan, el
protocolo dicta que la franqueza es la clave del éxito. Sí, sí. Claro.
Pero ¿no decimos todos que nos encantaría tener la juventud de antes y
la experiencia de ahora? Y secretamente, ¿no sabemos todos que se trata
de un imposible? Porque aún después de varios kilómetros de sábanas
andados, el corazón nos da un vuelco si en la bandeja de entrada de SDC nos llega un mail de un par de guapos. Miente quien diga que no. Sin
embargo, decir que nos enamoramos de otros dos como nosotros es caminar
en la cuerda floja. Es abrir la caja de pandora de las interrogantes y,
por supuesto mostrarnos vulnerables, algo que hace tiempo todos
aprendimos a no hacer a la primera.
Eso
tuvo de lindo la semana pasada. Salimos hace un par de meses con par de
chicos hermosos que nos cayeron a toda madre y no volvieron a llamar.
(¡Buhu! Ellos se lo pierden, pero en lo más oculto nosotros sabemos que
también nos lo perdimos). Luego nos contacta una pareja emocionada que
después de leer Jardín de Adultos se muere de ganas de invitarnos a
cenar. Vemos su foto y nosotros también nos morimos de ganas de que nos
inviten. Se trata de dos celebridades que, gracias al blog, nos tratan
como a celebridades. Las caricias en el ego siempre me hacen morder el
anzuelo. (En eso tampoco he crecido). Mails que van y vienen. Una
llamada telefónica entre caballeros y justo cuando parece que tendremos
el sábado que nos merecemos, ella y él desaparecen de la faz de tierra.
¿Qué habrá sido? ¿Dije algo mal? ¿Fulanita de tal habrá dicho algo feo
de nosotros? Y a mí nadie me engaña, el rechazo sin explicación se
siente igual de gacho a los 17 que a los 35. Otra vez, prohibido hablar
de eso, sopena de parecer un freak necesitado de afecto, sopena de que
los otros socios de la comunidad más discreta de internet nos confundan
con el meme de “overly attached girl”. No es pa tanto, es sólo que
teníamos ganas de conocerlos, de que nos suponíamos compatibles, de que
nos gustaban y sabíamos que podríamos pasarla bien con ellos. Algo así
como cuando la bandita cool que se junta en el fondo del patio de la prepa
te aplica la ley del hielo.
Eso
tuvo de lindo la semana pasada, que después de que empecé a sentir, sin
comentarlo con Mariana, que necesito cambiar la marca de desodorante
que uso en internet, aparecen estos dos diciendo que tienen ganas de
saber quiénes somos detrás del blog y del perfil. Y resulta que los dos
son francos e impúdicos y físicamente apetecibles y a nosotros nos
encanta la gente así. Par de correos. Una fecha en común y una cenita
rica en Coyoacán con merlot y pizza margarita para terminar la madrugada
del domingo enramados entre cuerpos y almohadas. Despertar al día
siguiente, con la grata sensación de haber encontrado, al otro lado de
la red, una pareja de amigos horizontales con quienes se puede pensar en
mucho más allá de un one-night stand. No es, vale, lo mismo que
enamorarse, pero habría que encontrar un término menos frívolo que la
complicidad y más complejo que la compatibilidad.
Hoy tocó la parte cursi de la historia. Prometo que para dentro de unos días vendrá la versión porno.
Etiquetas: historias de sexo, opinión, swingers