En el torbellino

Crónicas de sexo en grupo, en el torbellino

-Crónicas de sexo en grupo-

La sección para fumadores en Libido es un largo pasillo. La protagonista de esta historia y los invitados a su fiesta de cumpleaños (nosotros en el paquete) salimos, pese a la antítesis, a tomar algo de aire. Con ella y con su marido somos cautelosos, porque ellos mismos van poco a poco descubriendo las delicias del sexo compartido. Así que, al menos en los físico, no esperábamos mucho de la noche. Ni siquiera esperábamos a que nos dieran la señal para proceder. Los seis nos situamos en la puerta; si hubiéramos querido elegir el punto en el que mejor estorbáramos  el correr de meseros que iban y venían con tragos en la mano, no lo habríamos hecho tan bien. Pero el azar nos puso ahí, y ahí nos quedamos.
 
      Incluso, nos quedamos ahí cuando la Protagonista decidió probar nuestra resistencia a la cadencia y comenzó a bailar. El cierre de su falda, pronto tentó la curiosidad de la Doctora Chocolate quien acercó sus dedos traviesos para bajarlo. La sutil  tanga rosa apenas se dibujaba sobre lo blanco de la piel. Tengo una debilidad por esas caderas que he visto desnudas mil veces, en foto. Descubrió una piel blanca y pulida de las que sólo se encuentran en las salas de los museos que exhiben esculturas clásicas. Siguió bailando, ajena a los mimos y a las miradas. El capricho de la Doctora avanzó hacia la blusa. La Protagonista llevaba una de esas prendas tenues, un triángulo de tela brillante que se amarra con un simple lazo por el cuello. Una tarea sencilla para una mano astuta. La prenda dejó de existir y la mujer quedó, de pronto, desnuda, absorta y llena de atenciones en el centro de nuestro pequeño grupo. Insolente y principal, atravesada en el camino cotidiano de un bar. Una pieza pertinente y, sin embargo, fuera de contexto. 
 
       El marido tomó el papel de guía, y el resto de nosotros lo siguió en un ritual de exploración. Ella tenía los ojos cerrados. De vez en vez, se reía cuando una broma atravesaba el pasillo. Hacía comentarios. Se balanceaba entre lo cotidiano de una charla fumadora y lo grandioso de una ofrenda erótica. Tengo claro el momento en el que toqué sus senos. Mariana, que estaba junto a mí, abrevando con una mano del manantial de piel expuesta y con la otra, buscando bajo mi pantalón, hizo una señal a la Doctora Chocolate. Entre ellas, cambiaron de lugar. En poco tiempo mi boca encontró un lugar en el cuello de la protagonista y los labios de la Doctora rodearon mi impúdica erección. La protagonista giró.
 
     Su trasero quedó frente a mí como una expresa invitación, pero ¿a qué? Tomé el obsequio con precaución; nada quería que alterara la confianza de la que bailaba y se dejaba querer. La seguí acariciando hasta que mis dedos dieron con una mina de humedad entre sus piernas. Un punta de mí tocaba a una mujer pensando en sustraer de ella gemidos indiscretos, la otra punta hacía tierra dentro de la boca que, exprimía de mí otros gemidos. Pensé en que el mundo debería fluir como una orgía. Mariana y el Doctor Chocolate, eran casi un espejo de lo que nos sucedía de este lado. Había mucho de coreográfico en la composición, en el paso del tiempo que se escurre entre labios y yemas. 
 
     Algo en mis pesquisas digitó algún código secreto. La protagonista volvió a girarse con un gesto de que todo iba bien. Muy bien. Recargó la espalda en su marido que la cubrió de besos y dejó frente a mí la hazaña de un sexo servido sobre una mesa de lujuria. Ella, de pie. Él tras ella. Yo, de rodillas y comiendo con apetito curioso. Gente que entra y sale a fumar. Meseros que se afanan de un lado a otro. Miradas que curiosean sin detetenerse demasiado en nuestro juego. La promesa de playroom cercano pero, en un día tan caluroso, poco apetecible. 
 
¿Se habrá sentido así Marilyn Monroe cantando Happy Birthday para Kennedy? Yo, y el afán de producir en la Protagonista ,y frente todos, un cumpleaños feliz, de esos que aceleran el ritmo cardiaco. Y después lo relajan.  Me levanté, para dejar que mis dedos terminaran los trabajos de mi lengua. Con un brazo la rodee por la cintura, y concentré toda mi atención en los dedos de mano derecha y en lo que ellos pudieran descubrir en el interior. Sentí su boca acercarse a mí. Fue la primera vez que nos besamos, y en beso coseché el más preciado trofeo de mi noche.

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